Que nunca se les olvide a los notarios del cielo
el pacto de los dos sellado con el rocío de luceros
sobre esa página de insondable infancia de los besos.
Ante los ojos aterrados de frondosos árboles
el crepúsculo nos cubría para protegernos de la envidia
que en jirones de sombras pretendía que el amor
como la ola sobre la playa añicos se volviera.
Podrían decir que la mariposa del amor nos poseía
y en gritos de imperiosa dicha al aire se lanzaba
para susurrar en todos los rincones su misterio
y dejar la estela de esa magia que los arreboles
en el óleo de los cielos llenaba de joyas abultadas.
Tal vez no verían con buenos ojos como dice la gente
que la alquimia del amor fuera para nosotros el secreto
y que las provocaciones iracundas del tiempo
ni siquiera molestara el translúcido reflejo de la cópula
que en el umbral ahogaba las voces con fuerzas y deseos.
Eran días en que a la luna respondíamos con fuego
y a la risa con el sutil lenguaje de los sortilegios.
Las alcobas donde dormitábamos resplandecían
con nuestras oportunas palabras y silencios.
Nadie apuraba la cosecha fecunda de corolas
y en las líneas de la mano el futuro sonreía
y con los brazos abiertos salía a nuestro encuentro.
Pero los enemigos del amor y las recetas de insidiosas lenguas
acabaron por horadar la tranquilidad del aposento
y a las palabras cargadas de milagros y canciones
siguieron los reproches y en la sala el hollín de la noche
envolvió a la mariposa y a nosotros con su frío cuerpo.
Ahora los que nos acusaron ante los notarios ríen
mientras nosotros cansamos los caminos
con la rudeza de los pasos y el hedor del olvido.
Efraín Gutiérrez Zambrano
De su poemario Alquimia del Amor