Un gran lobo, cadavérico y perverso,
deambulaba por montañas y colinas,
anhelando hallar un rancho con gallinas,
que sirvieran, de ración en el almuerzo.
Y de pronto, cuando estaba más cansado
y empezaba poco a poco a desmayar,
vio de cerca un gallinero abarrotado
con las aves que deseaba él encontrar.
El dantesco y sutil lobo, alzó la cola
y avanzó con decisión hasta el encierro,
no mirando que a la entrada había un gran perro
que sarcástico le dijo: “¡que tal, hola!”.
Reponiéndose del susto el fiero lobo
y ocultando su deseo de oscuro robo,
dijo al perro, con franqueza, lo siguiente:
- ¿Por qué luces el aspecto que en ti veo,
pues te miro en verdad gordo y muy, muy fuerte?-;
-¿En qué estriban las labores de tu empleo?,
-¿De quien eres esforzado y buen sirviente?
- ¡Oh, yo cuido valeroso y fiel la casa!,
- Dijo el perro, dándose humos de importancia,
- soy guardián “de esta mansión” desde mi infancia:
-¡Nadie aquí mi grande oficio sobrepasa!.
- Mi comida es abundante y deliciosa,
la covacha donde duermo es espaciosa
y mi dueño es gentilísimo conmigo.
- Pues, ¡qué cómoda es tu vida, perro amigo!,
- dijo el lobo, fascinado por la idea-.
- ¿Es posible que también yo realizará esas tareas?,
- ¡Ya lo creo!, ¡apuesto yo que sí podrías!,
- Respondió el perro guardián con ironía.
De manera totalmente inesperada,
aquel lobo vio en el perro una pelada,
a la altura de su fuerte y amplio cuello.
- ¡Caracoles!, ¿que carambas es aquello?,
- Dijo el lobo, con su voz poco serena-.
- ¡Ha!, ¿esto, amigo?, - dijo el perro con tristeza-,
-¡es el sitio más cercano a mi cabeza
y así luce, porque mi amo me encadena!
-¡Pues, entonces!, -dijo el lobo a aquel guardián-,
¡tu trabajo no se mira amenazado!,
¡pues prefiero verme libre, sin un pan,
que estar gordo, pero siempre encadenado!.
AUTOR: ALBERTO ANGEL PEDRO.
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