efraguza123

CALLES

 Las ciudades donde vivo

tienen ojos de obelisco

calaveras como brocal en los aljibes

un dolor de piedras

las convulsiona hasta sus raíces

en sus cielos surgen en las noches

luces contiguas

que parecen un bosque de cuchillos

tienen escudos y estandartes

con zopilotes bordados

sobre lirios del abismo.

 

De niño

en sus calles

pobladas de imágenes y adornos

descubrí con mis hermanos

 los tesoros de la risa

y supimos que las grutas

eran nuevos caminos.

 

Las sombras tenían un maternal instinto

e inclinaban sus cuerpos

para decirnos al oído

fantásticos secretos

mientras sus manos obesas

salpicadas de círculos

vendaban nuestros ojos

para dilatar la caravana

de gnomos y de mimos.

 

En las montañas teníamos rincones

tan lejanos como estrellas

donde los sueños formaban remolinos

y el mundo era tan pequeño

que sentíamos ser grandes

a pesar de ser tan niños.

 

Un día

después de recorrer los montes

donde nos dejaban sus mensajes

sobre pétalos y hojas

extraños duendecillos

llegué a olvidar su lengua

al extraviar sus jeroglíficos.

Habíamos perdido el poder

de contar hojas caídas

y de hacer con la lluvia

arcos iris sobre el limo.

 

Entonces

me separé de mis amigos y hermanos

para ir a conocer

la herrumbre y la salmuera

del arado

el ácido y el frío

del gemido.

 

Aprendí a convivir

con el silencio de las uvas

y a leer en las llamas

los signos de las horas

cuando el oro hería de muerte

la esperanza del crepúsculo.

 

Recorrí laberintos de espejos

y escalé

con ojos bajos

pináculos y torres.

 

Mi alma

se fundió con el yunque

y cerré mis manos

que ya no tenían los modales

de los viejos duendecillos.

 

Atado

dispersado

distraído

huraño

egocéntrico

frío

nada ven mis ojos

nada escuchan mis oídos

nada eriza mi piel

nada llega a mi olfato

nada saboreo

porque detrás de mi memoria

grabó la lezna del destino

sólo esta calle

donde vivo.

Efraín Gutiérrez Zambrano

De su poemario Molinos de Fuego