El abogado de Juan lo llevó a la ruina,
al verlo como cliente que era una mina
de oro del más puro en potencia...
Para hacer su labor siempre había un pero
y la solución era pedir más y más dinero,
sin que le remordiera la conciencia.
Daba cuenta muy precisa de sus pasos
y parecía tener bajo control sus casos
pero los hechos al final lo contradecían.
Entre tantas cosas que día a día pasaban,
todas las buenas nuevas se marchaban
y ya más nunca a la vida de Juan volvían.
Todo este gran trajín, este continuo estrés,
fue según dicen, la causa por la que tal vez
Juan cayó enfermo y a una clínica llevado.
El médico que lo atendió en ese recinto,
le aseguró muy optimista que su instinto
le decía que Juan saldría de ahí curado.
Pero pasaron varios días y al pobre Juan
no le podía salír bien nunca ningún plan
ni con su funesto abogado ni con el doctor,
Con ambos cada día Juan conversaba
y al final del día triste se preguntaba
con cuál de los dos le podría ir peor.
Supo que por mala praxis haber practicado,
ese doctor había sido varias veces denunciado
por familiares de pacientes ya muertos.
También oyó que su abogado perdía juicios
porque el alcohol y el tabaco eran sus vicios
y todos los rumores resultaron ser ciertos.
Un día Juan entró en crisis y ya no se levantó,
por supuesto gran parte de su familia acudió
para acompañarlo en sus últimos momentos.
Del leguleyo y del galeno escuchaba hablar,
porque en verdad ninguno dejaba de contar
los más insólitos e irrepetibles cuentos.
Hizo Juan entonces una extraña petición,
le rogó a su hijo que tuviera compasión
y llamara a aquellos dos profesionales.
Nadie entendió lo que Juan había expresado,
que quisiera tener cerca de él, a su lado,
a quienes eran culpables de todos sus males.
Pero como Juan ya estaba en agonía
ninguno de los presentes le negaría
semejante petición por rara que fuera,
Juan esperó una hora hasta que llegaron,
el médico y el abogado se presentaron
y ambos lo saludaron de buena manera.
“Doctor – dijo Juan – qué bien que me recuerda,
párese por favor, por este lado a mi izquierda
y no me dé la mano que la tengo maltrecha
y usted que es el señor que maneja las leyes,
puede sentirse tal como se sienten los reyes
y venga, siéntese por aquí, a mi derecha.
"No se sientan pues, para nada extrañados
por estar ambos acá por mí convocados
justo ahora que estoy por perder los sentidos.
Quiero hacer algo que nunca nadie ha visto,
lograr lo que pudo hacer el propio Cristo...
cuando murió en la cruz entre dos bandidos”.