Los girones de niebla enredan
mis ojos, mis manos y mis pies
dejando el corazón inerme
como pino solitario
entregado a la contemplación.
Desde la cima el páramo
parece el pezón del cielo azul
que amamanta el milagro de la vida
en la cuna de silencio y luz.
Humilde brota el agua
de líquenes y piedras
como si salieran del alma de la tierra
un raudal de sentimientos
que cabalgan sobre el lomo
de las lágrimas.
Abajo el pueblo en su algazara
olvida el trabajo de los árboles
que soportan la negación de los colores
en el arco iris del carbón.
Sólo los niños que juegan en el prado
detienen el ritmo de la ronda...
Miran la montaña oculta por la niebla
y presagian que sin páramos ni árboles
se detendrá para siempre su canción.
Efraín Gutiérrez Zambrano
De su poemario Molinos de Fuego