Hay fantasmas que son burlones, hay otros que son perturbadores de la paz social, esos que disfrutan de infundir el miedo y el terror. Pero hay otros fantasmas, que no deberían llamarse fantasmas, por lo dulce y sereno de su invisible presencia; son fantasmas pacíficos que salen a regar por el mundo su mensaje de paz. De esos fantasmas es que trata este relato; si esperabas que fuera de los otros, entonces no sigas la lectura, no es lo que andas buscando.
Se cuenta de dos Pueblos que habían mantenido una rivalidad por muchos años, siempre habían estado en una constante e interminable guerra, donde se mataban unos a otros, la mayoría de las veces sin motivo alguno.
Eran dos pueblos que en un principio fueron hermanos, sus fronteras eran una línea imaginaria donde la solidaridad y el respeto eran su ley. Pero de pronto, nadie sabe porqué se enguerrillaron el uno con el otro y nunca más volvieron a ser los mismos.
Un pueblo era “Trunquía”, cuyos habitantes solían hacerse llamar “truncadores” y el otro pueblo era “Cercenia” y sus habitantes eran conocidos en todo el mundo como “cercenadores”.
Así que con el correr de los años, los truncadores y los cercenadores vivían en una constante batalla donde cada uno iba entregando sus muertos, cada uno dejaba que sacrificaran a sus guerreros en un afán de mantener la supremacía del territorio.
Cuentan que ambos pueblos se fueron llenando de fantasmas, los cuales se unían a los que aún quedaban vivos para continuar la guerra desde el más allá. Pero un día uno de esos fantasma cansado de tanta maldad, se volvió bueno. Quiso ser él, el símbolo de la paz, no sólo de esos dos pueblos, sino del mundo entero.
Así que un día de tantos, decidió subirse a un asta, que había visto clavado en el suelo, tal vez era una lanza estacada en el piso en señal de victoria, o acaso una lanza fijada para demarcar el territorio. En todo caso las razones por las cual estaba esa lanza allí, no tuvo importancia para este fantasma pacífico.
Así que se subió hasta lo alto del asta y se mostró a todos con toda su blancura mecida por la brisa que iría anunciando a todos, que la paz había llegado.
Con los años ese fantasma se convirtió en el símbolo de la paz universal, ¡En la bandera blanca que todos conocemos!
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