No dejes llorar tus ojos, cuando las quejas de amor,
se apoderen de tu alma;
aprende a vivir con calma y a batallar el dolor,
como cuando el tiempo malo castiga a las montañas.
Tú ves que éstas se queman al azote de los vientos,
pero se quedan tranquilas para que el mismo tiempo;
comprenda el daño que hizo y se comporte mejor,
y así vuelven las montañas a revivir su verdor.
Adonde irá tu llanto pregúntate cuando llores,
si ha valido la pena que tus ojos se sonrojen;
podrías decir que si, si le saciara la sed al volar los ruiseñores,
o rocío arrullador para el jardín de tus flores.
Si alguna pena tu sientes por algún amor perdido,
lanza tus penas al viento sin pensar por qué se ha ido;
mas si a tu lado regresa echa el pasado al olvido,
y no dejes llorar tus ojos, por los golpes del destino.
¡Mira quien te aconseja, quien por amor ha sufrido!,
y tal vez tú me comprendes pues sabes lo que te digo;
son el destino y el tiempo mis dos grandes enemigos,
por eso yo no te tengo por eso no estás conmigo.
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José Miguel (chemiguel) Pérez Amézquita