Etapa 1: Cartas de los adentros
II
Tan llena de poder y tan vacía de vida a la vez; tan vacía como el viento y tan poderosamente destructiva como un huracán en busca de una paz que no existe para sí. Que debió quemarse en el fuego del olvido una vez reconocida lo que esta es: veneno destructivo que carcome corazones cuando se luce galante y se apodera de la esencia de cada ser.
Y te aferras a mi existir sin dejarme ir, como si tu espíritu dependiera de la tristeza de tenerte a mi lado. Cruel fortuna, que aunque le otorgaras la fuerza a mi corazón para devorarte junto con sus pesares mediante escribir tu muerte simbólica, siempre le darías la espalda para que se estrellara con tu fría y cruel indiferencia. Porque estás presente y a la vez ausente; existes, pero no vives.
Y aunque los demás atiendan con genuino interés los hondos sentires, para estos seguirán siendo peso colateral innecesario en mi universo. Todos aquellos que no tienen parte alguna en nuestro simbólico lazo marital. Pues, lo que tú llamas una maldición, es en mí una bendición; aquello que llamas enfermedad, es mi naturaleza: distinción. Aunque busque seguir un modelo en otros, fracaso. Bendito sea mi dote.
Siempre imaginé que en nuestras crónicas los sentimientos serían aquellos inmolados sin esperanza que dan sus vidas sin emitir palabra alguna que afecte el desarrollo culminante de la historia. Pero tú eres la muda de corazón, no tienes voz que exprese lo que eres; y por eso, dejaré que sean estos sentimientos muertos quienes escriban tu fin; y que la vergüenza que implique reconocer quién en realidad eres nos acaezca a ambos.
De igual modo, de nada ahora valen conclusiones, pues allí vino ella a deslumbrar; la numen real, nacida de los sueños y presagios; la anhelada fantasía.
Pero he de confesarte lo más triste,
y es ver los sentires dedicarse a escribirte.
Vivo dilema; tanto daño al fin hiciste,
que aún no sé si por este amor bendecirte,
o por todo el dolor más bien maldecirte.
Solapando el corazón ante verdades,
encarcelado en ellos me he habituado a vivir.
Esclavizante huella, insufrible sentir;
la vil adicción de aludirte al escribir.
A quien agazapa mi ser interior