Ambos estaban allí, el viejo y el joven, parados frente a frente. El primero con su frente surcada de arrugas y su mirada lánguida y nostálgica; y el otro con su característico entusiasmo de seguir la vida, como si ésta apenas comenzara.
Uno medio doblado y ya resignado de su condición física, y el otro sin darse cuenta, dueño de un mundo donde sólo él era el protagonista.
- ¿Porque no sonríes conmigo?, ¿porque me miras así?, le preguntó el joven, mirando de reojo al anciano; y el anciano guardando el silencio de la sabiduría nada le contestó.
- ¿Crees que miento al pensar lo que pienso? volvió a preguntar. Y el anciano seguía callado.
Así pasaron minutos; el joven hablando y el viejo mirándolo fijamente sin contestar.
Finalmente, el joven cansado de intentar un diálogo que finalmente resultó monólogo, dio media vuelta y se retiró; y el viejo se fue tras él, dejando transparente y vacío el espacio del espejo que era la línea divisoria que los unía, sin que apenas se dieran cuenta.
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