Hoy, sin ganas de hacer, he limpiado mi secreter,
¡Cuán dejadez!
Adivina lo que encontré…
Dos ojos sueltos, dos grandes y secos ojos
encima de un putrefacto canapé.
Los tuyos amor, los tuyos de aquel cruel ayer…
Vagamente recuerdo…
te llevaste lo que deseaste.
Más con tu órgano varonil
ya tenías bastante, ¿sí?
La imbecilidad del descerebrado.
Desde entonces, me esfuerzo cada día
en olvidar tu infantil sonrisa,
tu sedientos labios,
y me hace daño.
Un haz de luz negra
hace fúnebres piruetas
por la enmohecida sabina;
cuán duro es rescindir contratos.
Apenas quedan amigos…
no es tiempo de samaritanos;
hay dragones devoradores,
insanamente interesados.
¡Mejoremos el silencio!
Siempre es mejor lo voluntario
que la renqueante obligatoriedad,
¿verdad Baltasar Gracián?
Sí, dices bien mi fiel Samira,
la lubina sazonada con virutas de cecina
está en su punto dorada…
Pongámonos pues, las ágatas para cenar
¡cuidado con las gatas!
ésas que callan…, de un zarpazo arrasan.
Me pregunto, ¿en aras de qué?
Ahora me escribes… ¿dices que lloras?
No había más servidumbre
ni más títere con trenzas,
que la falda no le levantaras. ¿Por qué?
El don de Dios es perdonar,
el del inmortal, ¿conseguir olvidar?
Nunca quise santidad,
y hasta dudo del cielo.
Sea pues, dejemos al olvido el fluir de su curso,
Yo... a mis versos. Tú, a lo tuyo.
(el burro delante, hace el surco fino).
Desde puerto, todo se ve distinto, ¿verdad?
La buganvilla que plantaste, está floreciendo.
Sea, ¡Paz! Aquella que otrora olvidaste dar.
Aunque siga soplando la ira a barlovento,
vendrá otro tiempo…
No es nuevo oírme decir que el Orden y el Buen Hacer,
¡visten de chaqué!
Y ya sabes a Quién me refiero…
A fecha, lo corroboro. Segura estoy de Él.
Es un hecho, ¡hoy parió la brisa,
un lindo mirlo cantor!