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Perpetuados como latidos


No sé, a ciencia cierta,
si será nostalgia
o es la tristeza.
El sensitivo recuerdo,
que me invade emocional,
y retorna tan cerca como presencial;
a ese amigo, compañero
de disertaciones,
tertulias y divertimentos,
que al marchar no se despidió,
se fue a andar por la eternidad,
de mi lado y de esta tierra;
desvanecido...desapareciendo.


Cuantos amigos descarrían,
entre los surcos venidos
desde los torrenciales aguaceros.
Torrenciales lluvias fortalecidas por la ventisca,
que alimentándose del ímpetu de su propia caída
arrastraban el polvo y las tejas de cubiertas,
mientras volaban como lanzas,
las pedradas de su agua.

 

Y arremetiendo...contra trenes,
automoviles, aviones y barcos,
mostraban su furia intuitiva
¡su naturaleza!
a los pasajeros de transportes estos.
No se salvaban ni los adoquines centenarios
perfectamente posicionados,
ni las calles nuevas
con la ruína de ruidos asfaltadas.
No se libraban ni las sendas milenarias,
ni océanos ni autopistas;
cualquier camino...recibía la anotación de sus recados,
la de la lluvia y sus aliados:
relampagos y truenos,
que llenan las azequias,
y desprenden sobre la tierra
jugosas sustancias, alimentos.

 

Inclusive las rutas perdidas que unían serpenteantes,
las montañas escarpadas de espejismos glaciares
con cálidos pueblos en valles;
recibían cada una de la humedad de sus gotas
Aldeas, de humos matutinos,
de chimeneas y sillas en la puerta de hogares...
Aldeas...donde habitan aquellos hombres,
junto a los balidos de corderos,
y cacareos de gallinas,
donde suena la alegría,
por inundarse cualquier brisa
de la grata música,
de mujidos y cencerros.

 

Ellos marcharon...pero se quedan,
los hombres por hombres estarán,
por siempre estarán,
cuidando a los animales y la siembra;
estuvieron, están...y escogen;
junto a nosotros se quedan.
Tristemente marcharon,
pero valga recordar,
que todo buen rastro queda;
y ¡como no!
son mis sentidos cuales me dictan,
que ellos aportaron y siguen trayendo,
llenando mi alacena.
Untando mis sentidos con:
olor a madera, romero, tomillo,
sabor a cerezas, a piñones
a huevos, a frescas hortalizas
cuales hacen...
arribar a mi nave en buen puerto.
Olor a lana esquilada, a abono
tacto en mis manos de herramienta,
de árbol y hacha,
olor a tronco,
a madera recién cortada.
Y mientras escucho
cada dote que me dieron sus actos,
mis oídos despiertan
despiertan al ser estos lo mismo
que el sónido del gallo
gritándole a la mañana;
y el de la campana zarandeada
por el mozo que allá arriba,
-desde el campanario-
llama clamando
al amor de su secreta amada.


Olor a tabaco cultivado,
tacto de azada, de rastrillo,
sonido a gresca,
a partida de cartas.


Olor a velas que silencian los llantos,
que piden aceptemos su marcha,
la comprendamos.
Tan sólo razón de vida,
que sería de ella -vida- faltándole la muerte...
¿sería vida o se giraría su nombre siendo muerte?
Susurros negros,
lutos de despedida,
de velatorio,
de cera derretida.

 

Ellos, aún pareciendo que no están
¡viven presentes!
nos empapan con lo mejor,
cual es...
el buen sabor de su humano.
¡Vivan y viven mis muertos!


318-omu G.S. (BCN-2011)