Yo siento que pronuncian, palabras en el cielo,
Y escucho que plantean los temas del amor;
Desconozco quien sea, que platique en la charla,
Pero lo más seguro creo que sea Dios.
Por lo que allí se expone, tema tan contundente,
Del que nadie está exento con o sin razón;
Por una de esas cosas que se afronta en la vida,
Y el hombre por ser hombre, no soporta el dolor.
Aquel, parlante de la charla, y que sigo insistiendo creo que era Dios,
Tomaba como ejemplo, aun hombre enamorado;
Que no sabía de celos, de odio, ni rencor,
No empece a haber gozado muy alocadamente, sexo con esplendor.
De todas las mujeres del tal enamorado, llegó a su vida una,
Siendo un amor prohibido, que a otro arrebató;
Pero dijo el que hablaba, que esta mujer entonces,
De todas las que tuvo robó su corazón.
Y al cabo de unos años de amores disfrutados,
La mente de aquel hombre como un rayo cambió;
Por la desconfianza, llenándose de celos, de odio y de rencor,
Al ver que ahora otros deseaban su amada, la mujer que soñó.
Mas dijo que un grito, cual sonido bestial, le retumbó en el pecho,
Tan sólo en ella ven un símbolo sexual;
Y la desesperanza, se apoderó del hombre;
Temiendo que ahora ella, le pague a él igual.
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José Miguel (chemiguel) Pérez Amézquita