El oscurecer mecánico de los tiempos surge más rápido que la vida misma. En un castillo de cristales me resguardé buscando nieve, y me llamaban los gusanos, me llamaban las piedras cuando se fue corriendo la sensación, cuando atravesó gimiendo el orgasmo caluroso de tu cuerpo funesto que no llega. Aparece, y retrocede, aparece y desfallece entre las manos, entre las manos, entre las manos llorosas. Me desgasto entre tanto viaje señores, cual rosario a los rezos. Vente vida mía y entre las sábanas del firmamento abrazad con fuerza, con fuerza los puñales homicidas estancados, dormidos, guardados para que vuestra mano los sacase y os hiciera reina.