Palabras de diamante
urdidas entre la gravedad de los iconos
y la osadía fragorosa de romanos y de moros
legó España a los hijos mestizos
que brotaron de la pasión de las mazorcas
aquella noche engarzada al perdigón
y al Bucéfalo de estrellas
cuando el lanugo torció los caminos
con la ambición del arcabuz.
¡Oh lengua de Quesadas y Pizarros!
Taladrante voz de palpitantes musas
manchadas por el pecado de la historia,
eres zarza que arde en la nieve de las almas,
tus notas son acero de preces
moldeadas en los yunques
que ascienden para llorar
en el Altar del Cielo
por el silencio roto
de violines y campanas.
¡Oh lengua de místicos carmelos
y andantes campeadores!
Con el balbuceo del rocío formo
los vastos dominios de las aguas
y un barco en el crepúsculo llega
hasta la soledad de mi ventana
a estremecer con el peso de su ancla
los castillos de relámpagos y arenas
levantados por el alma.
¡Oh lengua de Cervantes y Quevedos!
Veta insondable de auríferos encantos
donde cavan los jardineros con sus plumas
para hallar las joyas que palpitan
en el hontanar de las palabras.
Desde que conocí la calidad del oro
oculto en la oquedad de tus entrañas
mis tristezas se volvieron mercancías
y por caminos desgarrados
y entre hostiles mercenarios
sobre el papel de los estanques y los lagos
encendí la antorcha que ilumina
las huellas que dejaron
aquellos que hospedé
bajo los techos de mi alma.
¡Oh lengua de Nerudas y Garcías!
Manantial surtidor de lágrimas y risas
donde apaciguo la sed
que causa la sal que se agita
en el mar de los silencios
y clamo por aquellos que sufren
la mirada indiferente
sobre el raudal de sus heridas.
¡Oh lengua de Efraín y de María!
No pude amar rosales imposibles
porque en mis venas piafa con ímpetu
el corcel de nuez
que galopa hacia los páramos
donde aguarda la noche ineluctable
y en mi corazón el fragor de las caricias
dejó sobre el campo de batalla
el incesante clarín de la venganza.
Ahora soy corsario,
sin mar y sin galera,
que teme hurgar en el bolsillo del espíritu
y encontrar su efigie en la moneda
que prostituyó la virginidad de las palabras.
Efraín Gutiérrez Zambrano
De su poemario Molinos de Fuego