I
Permítele hoy a mi debilidad
que busque refugio en el suelo de tus ojos,
permítele al soplo inquirido de mi ser
que remueva las aguas de tu pequeño mar.
Si me lo permites,
haré que sobre tus campos
llueva el tacto del halago,
haré que de los frutos caídos del árbol de la paz
broten los alcances de tu boca,
haré que de la insinuación termine de brotar
la miel represada en tus panales neurales,
haré que de tus labios el azúcar vuele
como polen amarillo sobre mis costados,
haré que la marea de tu abdomen se comprima
y que las olas dibujándose en mis dedos
se boten por tu escápula.
Haré que extiendas los arcos que una vez
templaron airosos las razones de mi lucha,
y cuando eso hayas hecho,
con los cuencos de tus manos rebosantes
de disoluciones en medio del chubasco,
desahogaré desde el brote una palabra...
Respiraré, y sentiré esa inspiración del todo mansa,
sentiré el aliento aleteando en tu garganta
como un águila nocturna.
Servirá la cumbre de mi desvanecimiento
de nido al estro estable de la aurora,
y mi alma se colgará de los planetas
barriendo a horcajadas la penumbra,
hasta que los cielos pintados con el sol de cada día
vuelvan a quemarse,
y la inquietud ingente y sin memoria
despierte al balbuceo azul de pez amamantado.
II
Otra vez encapotado, desmembrándose del cobertizo,
sacudiendo oscuridades y deshilvanando mediaciones;
como ahora, pasaré dócil la pluma por el aire del jazmín
y la dejaré caer a lo profundo de la contemplación humana.
A lo amplio de mi uno y mil despertares,
las planicies que ponen el horizonte como ocaso perdido
a vagar de costa a costa,
las fronteras rematadas de azul,
explayando la serpiente de sal que devora mis jardines.
III
Cabalga mi paciencia sobre las faces contraídas de la luna
y tus lunas galopan entre la hierba cósmica,
tiran mis ojos del anhelo de ver por un segundo
mientras el pecho se desata el vuelo a la distancia.
Decir que hasta la noche dormía,
mientras yo podaba las agujas de tu alucinante espacio,
mientras tu esculcabas en el abismo pubescente.
Mejoraste tus puntadas sobre mi tapete púrpura
armaste tus secretos a la enredadera que subía misteriosa
y me cubriste todo de promesas.
Te solté al amparo de mis brazos,
agité la excitación cuando el si se arremolinaba desposeídamente,
facilité a mis designios vasculares
su propagación por los confines de tu nebulosa rosa,
arrojé pintas ardientes de inconquistables musgos
en las inmediaciones inundadas en tus muslos,
auxilié esa desesperación
cuando se perdía en el aplazamiento de la dicha,
floreciendo desde mis entrañas
como el gutural botón de un lirio venturoso,
agarrándose de mis espinas,
amoldándose al relieve de una oración ahogada.
IV
Toqué, como con un pincel la cima
para desdibujar nubes en tu cielo carmesí;
hallé el sabor a origen
en tu acaramelado plantío de tornados labiales.
¿Qué hice?.
Profesé más allá de las puertas de tu privacidad encarnada
el enaltecimiento de mi sugestivo ajuste,
me embebí en tu exaltación.
Subiste a la elevación de mi voluntad biológica,
incrusté el exordio de mi henchida placidez viril
en tu cueva encantada.
Ímpetus descolocados salieron hacia el aire,
comienzos absortos en el reconocimiento de tus manos,
deleites emparrados a las salientes de la conmoción,
detalles descubiertos como tesoros en tus vetas.
V
Los apuntes mutuos se desmigajaron cual flagrantes notas
y mis palabras encendidas,
aplastadas contra la piel de tu piel
guiaron arias escarlata en tenue fuego
por los caminos silenciosos de tu parecer.
Enarbolados estos besos en la cumbre de tu ensimismamiento,
ondeantes las hojas de nuestras bocas
en las alturas prefaciales,
elevados los matices y guardados los quejidos,
buscaron hallarse de pronto en el asombroso salto
hacia la luz de la nueva vigilia.
Cuando en el acabado instante se apaguen los ojos de la dicha,
yo surgiré aquietado borrando con los míos,
la encandilada senda sumida en el regreso,
y antes que apuntar el primer paso hacia el recuerdo
donde reposa fatigado el cuerpo y su destierro,
soñar como la ola
soñar en volver a juntar mi tierra con tu agua,
y tu agua con el cielo.