Las nubes llegan cabalgando
a la bahía.
Entre el puente y el río
aúlla la ventisca.
La mañana viste trajes nocturnales,
velos de olores salobres
y gaviotas perdidas.
Hay quienes escapan al viento;
otros, como yo, abrazan la lluvia.
Me quedo apoyado en la baranda,
tras los peces y el oleaje,
sobre un pedazo de historia
que a mis pies, furtivo,
echa a andar todos los días.
Soñando otras épocas,
pletóricas de sentimientos vanos
y cuitas celestiales,
escenas aquellas del mismo puente,
se me estremece el alma.
Mientras, a mi alrededor,
de manera cruenta,
palpando mis sueños,
el agua toda se vuelve tormenta.