El rocío va pintando la hierba
de brillosa transparencia,
el sol se despereza
entre nubes algodonosas,
las aves bostezan
con tímidos piares
saludando al día
que recién comienza.
Por la ventana siempre abierta
la luz entra reptando
por mis piernas, lenta,
y suavemente va subiendo,
mi cuerpo acariciando,
con el calor que la acompaña
hasta llegar a mis ojos
que anticipaban la mañana.
Despertaron de madrugada
cuando el silencio aún era rey,
cuando en la noche serena
ya dormían las guitarras,
los gatos y las cigarras,
todo al fin callado,
esa hora en el mundo
donde el sueño es sagrado.
La luna apaciguada
y escondida entre lo oscuro
no veía las estrellas
encendidas en mi cama,
que sufrían por su ausencia
lentejuelas de mi cara,
que soñaban ya despiertas
despuntando otras mañanas.
Con la mente adivinando
y el cuerpo adormecido
en las redes de Morfeo
que conmigo iba luchando
queriendo ganar, empedernido
y al ver que no lo iba logrando,
decidiose finalmente
a darse por vencido.
Así, desvelada,
por los fuegos encendidos,
por los mares de tus ojos,
por las ansias desbordadas,
así, acompañada,
por el aire suspirado
y la calma en tu sonrisa
me encontró la mañana.
El sol se levantó
secando el rocío fresco,
los pájaros cantaron
con las nubes azuladas,
la luz me envolvió
arrullándome en la cama
y mis ojos se cerraron
pensando en tu mirada.