Por el camino angosto
disfruté el encanto de su figura.
Era como si el monte agreste
se hubiera juntado a mi reproche,
como si los corceles del viento
refrenaran su fuga sin bridas.
Entre las diminutas florecillas
un recuerdo de miradas
transitaba sin fatigas;
pero eso sí, con un turbio, áspero
y hasta absurdo sentimiento.
Su traje de despedida se esparcía
anhelante de horizontes.
Muchas cosas debimos decir,
contar de nuevo las mismas historias,
más nos calló la certeza del adiós.
Detrás del invierno de miradas
nos faltó el calor de antaño
y no hubo tiempo para rectificar anhelos.
Detrás de las cosas vacías
apenas imaginé sus palabras sentidas
o su quehacer perdido.
Detrás de todo, sin percatarme apenas,
empecé a vivir solo,
a sentirme solo,
a pensar sólo en ella,
como si ella
sólo existiera para mí.