Gloria, es nombre de mujer.
Hoy, me llama una primita, ¡sorprendida!
¿A qué no adivinas lo que encontrado
en la finca de los abuelos…?
Recuerdo aquellos años…
aquella cálida estufa
en la cocina de la abuela.
Aquella linda quietud quedaba empañada
cuando las tropas aliadas arrasaban
el pan de ayer, el del medio cocer,
el del mañana sin hacer.
Y gloria quedaba, exhausta,
quemando un leño y astillas secas;
royendo viejos libros a medio leer.
Oíamos el trotar de los caballos…
Un ecuestre, a voz en grito,
¡Gloria a Dios, larga vida al caudillo!
Y en nombre de todos ellos,
nos dejaban los platos sucios y vacíos.
Escondido estaba el horno de leña,
mas a veces no daba tiempo,
el ladrón llegaba al aroma del cordero…
Sin más, lo tomaba.
El ganado, tapiado entre la leñera y la bodega,
tampoco se salvaba de la asfixia, del saqueo.
Mi abuela enterraba, en el huerto,
los huevos, las papas, los sacos de trigo…
¡Cuán veces! la lluvia y el viento
borraban las huellas de la improvisada cueva
y, desesperada, cavaba,
escarbaba buscando entre la maleza.
Podaba rosales en otoño, en primavera…
Su parte de gracia, ¡Gloria daba verla!
encorvada, ¡tan ensimismada!
rebuscando, entre las berzas, su propia hacienda.
Su coraje alcanzaba
hasta para entrar a hurtadillas
en la desolada capilla
y ponerle aceite nuevo al Santísimo.
El bando contrario tampoco razonaba.
Tiempos de guerra.
Mientras, el abuelo, exabruptos espetaba,
ni ganas le quedaban de trabajar sus tierras.
Gloria, palidecía quemando cepas cetrinas.
Había días que el azar nos sonreía,
las latas de sardinillas vacías,
(con un cordel de zapato viejo)
hacían de improvisado brasero,
¡ascuas calentitas que llevar al gélido colegio!
De aquello… los abuelos ya no están.
Gloria, ha envejecido;
su color ferroso delata el cansancio,
el correr de los años vividos.