En lejana silueta se escondió la vida
Cuando partió de ese largo aliento
Se materializó en un alma encendida
Bajo la noche de un pequeño puerto
La mirada se obnubiló por una lágrima
Que al admirar la imagen no se contuvo
La paz encontrada en tan cruenta sátira
Viajero que al final de sus días la obtuvo
En una peregrinación perdió la calma
Cayó la brújula en el océano de pesares
Y en todo vicio que la mente encarna
Posó su fuerza para construir altares
Vencido hasta por el peso de una hoja
Del frío suelo no consiguió erguirse
Arrastrándose en aquella sustancia roja
Que de sus venas comenzó a esparcirse
Mientras se desvanecían sus sentidos
Agudizó la mente al pensamiento
Y en la decadencia de sus propios latidos
Intentó alcanzar su entendimiento
El silencio lo acompañó en su travesía
Y al estar abandonado a la suerte
En el río carmín que el vacío impelía
Aprendió a diferenciar vida y muerte
En un cantar de pequeñas verdades
Como pequeño se hace el valor del día
Cuando inmensa sombra son las deidades
Aprendió de cada segundo su valía
Del heroísmo impregnado en cada ser
En cada uno de sus temerosos pasos
Cuando afrontan la oscuridad del saber
La soledad del universo y su abrazo
Viendo la insignificancia de su existencia
Siguen peleando contra el flujo del tiempo
Contra fantasmas de impuestas creencias
Como un colibrí volando hacia el viento
En esa relativización de la humanidad
Contrastada con el infinito del universo
Comprendió la valentía y la necedad
De cada ser al intentar forjar sus versos
Cayendo a la nada como estrellas fugaces
Queriendo alumbrar la infinidad del espacio
Rodeadas de peligrosas sombras voraces
Que intentan extinguirlas desde el prefacio
Tendido en el muelle, llorando enmudecido
Esta corta epifanía le enseñó al viajero
Que a su existencia la revistió un sentido
Empero que su mano achicó su vuelo
Y aunque el río carmín no pudo ser detenido
El viajero completa la imagen más bella
El pasaje a la muerte en retrato encendido
Por un horizonte de fugaces estrellas.
Andrés Ruiz H.