A la orilla de mis ojos
va trepando la tristeza,
en esta tarde gris
que deshoja las promesas,
que había escrito mi corazón
mientras yo te soñaba,
viendo amanecer esta ilusión
con su sonrisa de alba.
Y el ocaso se adueña
del amor que me hacía sentir viva,
y aunque no quisiera que muera
ya se fue a dormir en la agonía,
de extrañarte sin tenerte,
de que al mirarme no hayas visto
al anhelo que te decía siempre
cuanto de ti yo necesito.
Y bajo esta lluvia de noviembre
mis recuerdos vuelven a llorar,
para limpiar mis heridas suavemente...
para sentir que te dejé de amar.
Arráncame la vida, niño,
antes de que llegue el anochecer,
que yo aquí sola te escribo
para poder volverte a ver,
entre las rocas silenciosas
de aquella noche frente al mar,
que vieron difuminarse mi esperanza
de que tú, ángel en vida, me puedas amar.
Y descubrí que te amé tanto,
entre mis promesas de cristal
que como lágrimas las guardo
rotas de tanto esperar.
Ensueño de ceniza
fue tu amor para mi,
que ahora quiebra las melodías
que de tu piano pude oír.
Y el sueño de amarnos se fue contigo
cuando mi poesía quiso abrazarte,
estos versos ya dejaron de ser míos
por ser culpables de adorarte.
Sí, niño mío, soy culpable de amarte así,
mientras me duele saber que ya no estás,
para volver a hacerme sonreír...
sólo una vez más.
Esa melodía no fue real,
y yo sin quererlo lo creí,
no voy a buscarte más
sé que tú no estarás allí.
Niño, perdóname...
perdóname por amarte así...
Este es el momento
cuando mis lágrimas se hacen palabras
y la lluvia de noviembre
cae despacio sobre mi alma.
Ceci Ailín