Fuiste tú la dueña de esa tarde
en la que mi silencio se hizo palabra,
sólo por mirarte, sólo por hablarte;
era que yo quería conocerte
profesora de mis letras.
Estabas acompañada y aun así
me diste tu mano en una biblioteca vacía.
Yo, triste peregrino
busqué en vano tu sonrisa
para examinar paso a paso
cada una de tus sinceras miradas.
Por un momento disimulé mi lividez,
pero al no tener más excusa
me rendí tímido y torcaz
como postrado ante tu belleza inocente.
Después de estrar retraído por un momento
volví a buscarte estructurando con mis ojos
todos los pasos que había olvidado
al alejarme lentamente de tu lado,;
pero tan sólo encontré
una silla abandonada en medio de tanta pesadumbre,
el recuerdo de unas facciones tiernas,
y la efímera esperanza de, quizás, verte de nuevo.
Hoy el transcurso del tiempo
me enseña, como si fuera tu voz,
la cronología de mil semanas sin oírte me dice
y sin decirlo me pregunta
qué fue de tu ir y venir;
¿acaso ya no te interesan los libros de inglés,
los de francés para leer,
ó mi saludo para armonizar tu lectura?.
De mi memoria se escapan vagos recuerdos
ahora que te percibo tan distante y ausente,
tan lejana y tan cerca,
porque aun te veo cuando cruzas
las calles empedradas
para llegar al sitio de la nada.
Y yo siempre seré el abnegado,
plebeyo amante de la princesa
a quien ama en total silencio
pero de súbito se da cuenta
que sólo es un sueño,
que pervive ante atroces desengaños
siendo furtivo aquel tormento,
y aun así,
hoy más que nunca te recuerdo.
Y es que te extraño
en las horas más tenues de mi existencia
porque nunca me enseñaste a olvidar
una mirada tierna
cuando se da con amor
y es bella y sincera,
de esas que tú y sólo tú me has dado,
las que tú me expresas,
las que ya no encuentro siquiera
en la sombra de mi más cándido sueño.
Ahora que nunca más sabré encontrarte
me pregunto en mi soledad,
abatida y lastimera,
si podré algún día,
de esos que no traen desilusiones,
volver a buscarte en una biblioteca desolada
ó talvés en un parque triste,
pero no ese que me trae en los los días
tu cuerpo famélico y absorto
del que se escapan búhos noctámbulos
y a veces la sapiencia de mi ayer.
Hoy desmenuzo tus razones para volar tan lejos
sin explicarme como lo hacías con tu mirada,
el motivo de tu viaje a valles sumisos,
heridos por tu fragancia de color indescriptible
que se dan el lujo de poseerte
en mañanas aciagas
desdeñadas por sus tormentos.
Sin querer me embarga un sentimiento desolado y perdido
que te busca en las penumbras medianas de mi ayer.
Miro las calles, tan solas como siempre,
sólo tu recuerdo, sólo tu silencio,
y a veces tu sombra que me enternece y me llora.