Cuando llegó a mi vida
yo sin imaginarle,
sin pensar un instante
el que sus ojos claros
o sus manos de seda
un día fueran míos
porque eran cosa ajena.
Fue el viento quien le trajo,
como ave viajera,
el sueño de un amor,
de alguna cosa cierta,
el deseo del beso
como llama que quema,
pero beso profundo,
el que se da, y se queda.
Y se quedó conmigo
en mi llanto, en mi fiesta,
en mi jardín florido,
en mi tormenta fiera
y me dijo con ojos
que olvidaron la pena
que nunca fue de nadie,
porque suyos no eran,
ni la noche, ni el día,
ni la risa y tampoco la queja,
porque no tuvo lecho
y sí en el alma penas,
porque flor solitaria
como yo también era.
Y nos nació la vida
con el sol de sus ojos,
en sus manos tan tiernas,
que acarician por dentro
y se dan sin reservas.
Yo también lo dí todo,
olvidando perversas
y mal intencionadas
frases de gente hueca.
Y desde aquel instante
es nuestra vida nueva,
con amor y firmeza,
con una alcoba nuestra,
con una solo llama
que hacer arder a dos velas.