En el momento acaeció el sentimiento.
El silencio inundó el bosque en conmoción.
Una figura no senil, con su estampa voluptuosa
ante el estruendo del trinar de un arpa celestial
se escurrió caprichosa y abrazó la piel.
El infinito dibujaba corazones de perfecto contorno
que la mar besaba y el rostro esculpido por las nubes
sonrío con la frescura del ocaso que iniciaba
en un regazo de truenos y narcisos.
Hubo revuelo, presencias efímeras.
Los caramelos del elixir más sagrado
se deslizaron cual contorno indefinido
con la fragancia de cascadas matutinas.
El oleaje permitió el bagaje
del ciprés danzante al ritmo del canto
que retumbó en los oídos de la amada
cuando la rosa mustia caprichosa
en eterno beso de la vida fresca
ensordeció el colchón que silencioso
tejió el delirio de los blancos azahares
cuando el desnudo palpitar del lecho
volviese de un silencio inmensurable .
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