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126. EL CANTO DEL AMOR DESNUDO

En el momento acaeció el sentimiento.

El silencio inundó el bosque en conmoción.

Una figura no senil, con su estampa voluptuosa

ante el estruendo del trinar de un arpa celestial

se escurrió caprichosa y abrazó la piel.

 

El infinito dibujaba corazones de perfecto contorno

que la mar besaba y el rostro esculpido por las nubes

sonrío con la frescura del ocaso que iniciaba

en un regazo de truenos y narcisos.

 

Hubo revuelo, presencias efímeras. 

Los caramelos del elixir más sagrado

se deslizaron cual contorno indefinido

con la fragancia de cascadas matutinas.

 

El oleaje permitió el bagaje

del ciprés danzante al ritmo del canto

que retumbó en los oídos de la amada

cuando la rosa mustia caprichosa

en eterno beso de la vida fresca

ensordeció el colchón que silencioso

tejió el delirio de los blancos azahares

cuando el desnudo palpitar del lecho

volviese de un silencio inmensurable  . 

 

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