Estando mancillado en lágrimas
yo no te pido nada
y aunque los soles de vida que aun me aguardan
el tiempo los apague
yo seguiré aquí sin pedir nada que venga de ti.
Así, pues, yo no le pido a la vida
el hablar contigo nuevamente
o volver a verte, ya que sin hacerlo
mi cuerpo ardiente rumia aun completamente por ti.
Quizá he comprendido finalmente
que la vida no da pena inmerecida,
ni mucho menos esperanza fallida
y que en este rudo camino
fui yo quien sembró su destino
de cada día que me otorgo la vida.
Más, sin embargo
quizá al final de mi ocaso
el tiempo devore aquellas palabras innombrables
que un día salieron de tus labios,
las cuales a un conjugan la memoria
de tu delicada sombra y me lastiman
como si fueran balas que penetran sobre mi espalda.
Pero, a pesar de todo el daño causado
yo no pido, ni pediré nada para mí,
pues yo solo quiero pedirle algo a la vida sobre ti,
que te regrese aquella felicidad, confianza
y dulzura que un día yo te conocí.