Tus pechos son pequeños y tus ojos redondos.
Mis piernas, largas y frías
como el agua de la fuente.
Te doy mordiscos en el cuello,
lo tienes firme, inmaduro aún,
como un fruto recién caído.
Te pones arriba y me besas
húmedas olas por toda mi piel,
ahora aquí, ahora allá,
como las primeras gotas que caen
antes de que se desate la tormenta.
Nos quedamos dormidos,
pecho y espalda se cierran
como unos labios tras un suspiro.