Yo jamás he publicado un libro,
he publicado vientos o calambres
en las paredes de otra piel,
yo no soy poeta para estantes
que se duerma la siesta en bibliotecas
junto a otros muertos de papel.
No sirvo para para vagar por los pasillos,
por los oscuros recovecos de las editoriales,
para, por fin, sentarme en una silla
frente a un tipo que ojea mis poemas
con gesto de caimán o hipopótamo,
que huele a bestia triste de los circos
y que me habla como un torpe sacamuelas
sobre su derecho a destrozarme las encías
y que luego de leerme por lo alto
le sobreviene un ataque de pudor endecasílabo
y me dice entre epilepsias estrofadas
que lo que escribo es res pudendae impublicable,
un atentado terrorista a la lírica,
polvora para ruiseñores
o amonal para magnolias.
Mi voz, esa que me sale a cojonazos,
las palabras que me brotan de los güevos
como flores malnacidas sin esperar a ser pensadas
o a que les cubra sus desnudos tan liláceos
con atavíos de monjiles mojigatas,
ponen colorín colorado a mi interfecto.
No es poesía, me repite ese saurio,
ese crítico castrador de mis aullidos,
ese guardián de la moral en la sintaxis
( sin taxis, pienso yo, está la ciudad
debido a la huelga general del movimiento )
me invita a que me vaya
señalándome la puerta con su cola de lagarto
pero yo decido salir por la ventana
arrojándome al vacío sin importarme
partirme otra vez mi pobre crisma;
no pasa nada, tengo ángel
que es una suerte de inmunidad literaria
contra golpes y caídas.
Pero mis versos son mucho más
que simples alegatos de blasfemias,
mis versos son como golpes en el agua,
como puntos de luz sobre un deshielo
que duran lo que el humo de un cigarro
en las amplias arterias de la tarde.
No, mis letras no son óxidos de tinta,
ni momias de un deseo o un fracaso,
son más bien rastro de lluvia en una calle
o huellas de una barca en la arena
que se borran con la espuma de las olas.
Yo prefiero ir al olvido que a la imprenta,
perderme entre los locos ignorados
que hallarme en el jardín de los hipócritas.
Mis versos, como digo, son mis sombras,
la esencia inviolable de mis lágrimas,
también son mis torpes huesos rotos,
las piedras que me hieren en el alma,
los labios que besé y ya no beso,
los ojos que perdí tras la mirada.
Son aquello que se llevan las estrellas
tras una noche de amor en una playa,
la lectura del mar entre unos brazos
desde la cumbre azul de una montaña.
Son el dolor, como no, de lo finito,
la angustia de mi pájaro sin alas,
la derrota de una vida en la cuneta,
la soledad, el desamor y la distancia.
Por todo eso ¿cómo podría clavar mis cristales
sobre las venas blancas de un papel
sin que brote su savia negra en mis metáforas ?.
No, no estoy equivocado:
jamás he publicado un libro de poemas
porque lo que yo escribo no son versos
sino tan solo las cicatrices que me sangran
cada vez que te pienso sin causa ni manera, amor.