ivan rueda

YO JAMÁS HE PUBLICADO UN LIBRO

 

Yo jamás he publicado un libro,

he publicado vientos o calambres

en las paredes de otra piel,

yo no soy poeta para estantes

que se duerma la siesta en bibliotecas

junto a otros muertos de papel.

No sirvo para para vagar por los pasillos,

por los oscuros recovecos de las editoriales,

para, por fin, sentarme en una silla

frente a un tipo que ojea mis poemas

con gesto de caimán o hipopótamo,

que huele a bestia triste de los circos

y que me habla como un torpe sacamuelas

sobre su derecho a destrozarme las encías

y que luego de leerme por lo alto

le sobreviene  un ataque de pudor endecasílabo

y me dice entre epilepsias estrofadas

que lo que escribo es res pudendae impublicable,

un atentado terrorista a la lírica,

polvora para ruiseñores

o amonal para magnolias.

Mi voz, esa que me sale a cojonazos,

las palabras que me brotan de los güevos

como flores malnacidas sin esperar a ser pensadas

o a que les cubra sus desnudos tan liláceos

con atavíos de monjiles mojigatas,

ponen colorín colorado a mi interfecto.

No es poesía, me repite ese saurio,

ese crítico castrador de mis aullidos,

ese guardián de la moral en la sintaxis

( sin taxis, pienso yo, está la ciudad

debido a la huelga general del movimiento )

me invita a que me vaya

señalándome la puerta con su cola de lagarto

pero yo decido salir por la ventana

arrojándome al vacío sin importarme

partirme otra vez mi pobre crisma;

no pasa nada, tengo ángel

que es una suerte de inmunidad literaria

contra golpes y caídas.

Pero mis versos son mucho más

que simples alegatos de blasfemias,

mis versos son como golpes en el agua,

como puntos de luz sobre un deshielo

que duran lo que el humo de un cigarro

en las amplias arterias de la tarde.

No, mis letras no son óxidos de tinta,

ni momias de un deseo o un fracaso,

son más bien rastro de lluvia en una calle

o huellas de una barca en la arena

que se borran con la espuma de las olas.

Yo prefiero ir al olvido que a la imprenta,

perderme entre los locos ignorados

que hallarme en el jardín de los hipócritas.

Mis versos, como digo, son mis sombras,

la esencia inviolable de mis lágrimas,

también son mis torpes huesos rotos,

las piedras que me hieren en el alma,

los labios que besé y ya no beso,

los ojos que perdí tras la mirada.

Son aquello que se llevan las estrellas

tras una noche de amor en una playa,

la lectura del mar entre unos brazos

desde la cumbre azul de una montaña.

Son el dolor, como no, de lo finito,

la angustia de mi pájaro sin alas,

la derrota de una vida en la cuneta,

la soledad, el desamor y la distancia.

Por todo eso ¿cómo podría clavar mis cristales

sobre las venas blancas de un papel

sin que brote su savia negra en mis metáforas ?.

No, no estoy equivocado:

jamás he publicado un libro de poemas

porque lo que yo escribo no son versos

sino tan solo las cicatrices que me sangran

cada vez que te pienso sin causa ni manera, amor.