La colegiala tiñó mi corazón
con los colores de las mariposas tropicales
y me embriagó con sus palabras
que tenían la música de las órbitas
que marcan las huellas siderales.
De su mano subí al cielo
para hallarme cara a cara
con los furiosos gigantes
que destruí con presteza
con el peso de las verdades.
Con mis besos florecidos
dibujé los arreboles en su faz
y sin dejar de ser niña
me entregó su flor oculta
para hacer de mí el más feliz
de los mortales hombres
entre sus pétalos virginales.
Mas llegó el día que el viento
arrebató de su cabeza
la diadema de esperanza
y la fragancia de la orquídea
y aquel nefasto día
fuimos a pasar la noche
en los bosques donde las penas
tejen los suplicios y dolores
con afilados colmillos.
Pero para los dos ya era tarde
porque de la profunda entraña
del amor moribundo
habían nacido tres hijos
que llenaron de inocencia
y candoroso bullicio
las habitaciones y los patios
de la casa solariega.
El leopardo agazapado y temido
llegó entre la espesura de la noche
para clavar sus garras en el corazón
por las amapolas vencido.
Agonizante vi como la colegiala
se fue como el cisne que presiente el peligro
mientras mi alma se ocultó en el pantano
para seguir allí viviendo
como el lirio solitario
que la indiferencia observa
como si fuera sólo imaginario.
Efraín Gutiérrez Zambrano
De su poemario Alquimia del Amor