Cada tarde de verano
ella sube presurosa
a las ramas de aquel árbol
florecido en color rosa,
trepa alto por el tronco
y se sienta en su corteza
a mirar cómo el día
se evapora con pereza.
Suena el agua
y sus latidos
se hacen ríos
de nostalgia,
canta el ave
y las canciones
son el viento
en su garganta,
mira al cielo
y las preguntas
se hacen sol
en sus pupilas,
y en el pecho
la esperanza
verde hierba
aún titila.
Cuando ya cae la tarde
lo adivina a lo lejos
y hábilmente va bajando
del guardián de leños viejos,
acomoda su vestido,
trenza el pelo enmarañado
y con prisa y alegría
va corriendo hasta su lado.