Soñoliento iba hacia los crepúsculos
con los colores de las nubes rotas
la noche apresuraba su paso
como caballo espoleado por los rayos
el murmullo de la lluvia
me servía de manto
y el viento huracanado arrebataba
de mi lengua las palabras
la ciudad dormía bajo el cielo pequeño
de los gatos.
Las oblongas espadas de la hierba
y la luna invisible sospechaban
el fuego del instante de cegadores látigos
en que las montañas se modelan
en el métalico color de las pupilas.
Las cosas tomaban la piel del cielo insondable
y al mimetizarse el mundo parecía
una pantera embravecida
por las leznas disparadas
desde el surtidor de los relámpagos.
Esa cólera de sombra
invadió mi corazón con el efluvio de estáticos silencios
y el hombre soñoliento que caminaba hacia el crepúsculo
se convirtió en león de piedra
doblegado por el peso de su fatídica melena.
Efraín Gutiérrez Zambrano
De su poemario Molinos de Fuego