Quiero ser yo el
viento de la mañana
que respiras profundo
y que acaricia tu cara,
que fluye bajo tus alas
elevándote al cielo azul
haciéndote sobrevolar
eucaliptos, pinos y pirul;
deseo convertirme
en los rojos ríos
de tus apacibles venas
y fluir por todo tu cuerpo
disipando las penas;
quiero convertirme
en el brillo de tus ojos
cafés, dulces, profundos,
que iluminan al mundo
y que le dan sentido
a lo más diminuto;
espero por ser
el fuego que enciende
tu dulce corazón
que arda y renueve
ese intenso fuego
cada día con pasión;
quisiera ser el aire diario
que a tu cuerpo acaricia
siempre con paciente
calma y sin ninguna prisa,
que en ti a cada instante
se queda impregnado
y permanece a tu lado;
y quiero ser el naufrago
que se pierde en las olas
ondulantes e inmensas
de tu cabello obscuro,
que nada a través de el
ahogándose siempre
en lo más profundo,
perdiéndose en el aroma
glorioso de tus cabellos
esperando que la marea
de tu ser y alma
prestas y en carrera loca
me desemboquen pronto
en tu dulce boca.