La noche se abre como una boca,
dientes de mercurio lanzan mordiscos
a los ebrios de la plaza,
y a quienes extraviaron el camino
que los lleve hasta una mansión de tolerancia.
Oscuridad revelada, premonitoria negritud.
Difusas figuras transitan el arrabal,
mientras un aire de sospecha
conmueve los aposentos
de persianas selladas con candado
y alarmas gimientes.
Ahora los ruidos parecen más siniestros:
un llanto lejano, perros,
el impreciso tren de sonámbulos,
disparos...
Ataviado de sombras
traslado mi conciencia
hacia rincones anónimos,
donde proscriptos y roedores comulgan.
Espero sin paciencia. Pronto
nuevas víctimas conocerán estos puñales.
Hay rastros de sangre
en las veredas ignotas,
antes del amanecer.
Y vuelve a suceder el caos.
Más tarde, las garras criminales
sudarán de culpa bajo mis sábanas.
Otra noche de ojos abiertos