Oculta estás en la llama del mundo subterráneo
como raíz de una rosa en el fondo de los vientos.
Yo te busco cada noche en la rueda de los astros
refulgentes en lo alto como flores de un almendro.
Yo quisiera arder en la hoguera helada de tus labios,
en la pira vestal y taciturna de tu asolado cuerpo,
sacrificar toda mi luna en las nieves de tus brazos,
inmolarme alma y piel en el polvo de tu fuego,
pero no soy más que madera de un estático naufragio,
las cenizas de un magnolio calcinado en un incendio,
yo no soy más que un dolor perseguido por los pájaros
y tú, las ascuas de un crepúsculo que expira a lo lejos.
Yo cerceno la manzana de la luz en dos pedazos
y deshojo, tripa a tripa, el estómago del tiempo
porque sé que eres la sombra de un ángel aterrado,
de un Dios en una cárcel custodiado por su trueno.
Tú estás bajo las piedras del camino que yo ando,
tú estás sobre las nubes de los aires que yo vuelo
para hallarte yo arranco los hierbajos de los campos
y escarbo con mis uñas los terruños de los cielos.
Para amar tu calavera yo mi vida voy matando
pues así seremos ambos, huesos vivos de los muertos.