¿Quién se resiste a adorar?
cada flor o árbol del monte,
el canto de algún sinsonte,
la frescura de un palmar.
¿Alguien lo puede dudar?
Si despierta entre el rocío,
se refresca allí en el río
o pescando en la laguna,
descubre que Cuba es una,
única en su señorío.
Adoro el valle y el llano,
el café de la mañana,
que cuela cualquier cubana
con su prodigiosa mano.
Ante mi ciudad, me ufano,
seguro si la vivieras
nunca marcharte quisieras
porque una calle o un parque
servirán para atraparte,
para que tú te rindieras.
Al mi himno yo escuchar
es tan grande mi emoción,
que late mi corazón
cómo si fuera a escapar.
Igual sucede al mirar
lo hermoso de mi bandera,
solitaria y altanera
reflejo de la nación,
mi escudo, como visión,
retrato de Cuba entera.
Pero para alimentar
esta pasión que yo siento
no basta con el intento
de en palabras dibujar
o tratar de retratar
esa, mi tierra gloriosa,
que más parece una diosa
y para poder quererla
como Colón hay que verla,
“¡…es la tierra más hermosa…!”