A ella la encontré en la calle;
estaba soñolienta y muerta de frío.
La tomé en mi regazo
y le enseñé la nostalgia.
Le enseñé a pintar alas en el viento,
a descifrar lo que dicen las miradas,
a caminar bajo las tardes acopladas,
bañadas por un lóbrego silencio.
Le regalé mis viejos
y abrumadores poemas,
y lo que dicen mis letras.
Le obsequié las lunas nuevas
y las que, cansadas,
ya no me alumbran.
A ella la encontré en una biblioteca,
oculta entre los pasajes de la historia.
Le aprendí a caminar tácito,
a enjugar las penas con alegría,
a ver dibujos animados,
y a soñar con el tiempo ignoto.