¿Extravío?
¡Sedición!
Suben, bajan las ideas,
Aparecen lúcidas conclusiones.
“¡Horror!”, gritan los opresores,
“¡Alguien marcha en contravía!”.
Y el llamado “loco” anochece
Encerrado por sus congéneres
En una horrible celda…
Afuera, los verdaderos orates
Dilapidan dinero y tiempo en tonterías,
Tienen delirios de grandeza y alucinan:
Nuevos ricos que se embriagan
Con todo lo que pueden comprar:
A ellos les va bien, pues sólo ríen,
Beben, fuman… y aceptan la tiranía.
Pero él, por no ser dócil,
Es presa de la dictadura.
Experimentan con él.
Lo interrogan. Lo torturan.
Le hacen “tratamientos psiquiátricos”
(Sin respaldo científico)
“Purifican su psique”
(A punta de golpes)
Y buscan que, ensangrentado y débil,
Termine por aplaudir al Régimen.
Nosotros sólo vemos
Bonitos edificios, fábricas,
“Empresarios exitosos”;
¡Pero qué sería de los canallas
Si viéramos lo que hay detrás de tanto lujo!
¿Podemos seguir haciéndoles el juego?
Él, un disidente, es tildado de enfermo.
No tiene fama ni dinero.
No recibe atención de los tabloides.
No aparece en TV, ni asiste a fiestas de millonarios,
Ni se baña en playas de gente “glamorosa”.
Por eso está solo,
Solo y confinado.
Los militares y sus prostitutas
Esperan honores, ascensos, fiestas.
Él, antaño genial estudiante
Debe conformarse con el diagnóstico
Y esperar a los soldados
Que intentan mantener la farsa
Con batas y uniformes ridículos
(Ellos, que ignoran que la Medicina
Es ante todo Humanismo).
Él debe mantener la calma,
Pues su vida pende de un hilo.
“Tranquilo”, piensa.
“Al menos no es un calabozo”.
De: Campos Vargas, David Alberto. "Catedral y Aquelarre"