Isaac Amenemope

HOMBRE DE CIUDAD

Alrededor de todos los momentos,
quizás quedados en el inicio de la búsqueda de un cabo suelto,
desfigurado por hilar un nuevo día,
danza descerebrado el sorprendido impulso, y la sensación,
al ritmo de un desconcierto de tintas clandestinas,
parte el filo y desdibuja el brillo.

Sugerida la emoción, y el tiempo,
como la sangre de un fantasma mal herido, irrigándolo todo,
corriendo por los bordes de las calles y avivando los neones,
apoderándose de las lenguas pervertidas de las gentes
e inundando las cabezas inmóviles ante las pantallas.

Tumba el fruto inerte de la desesperación,
saca las raíces del asfalto,
enseña la corteza de sus manos
y suda una savia con sabor aórtico.

Tus pupilas encendidas,
vidrio volcánico en las venas de las masas.
Negros memoriales,
en reflejos achatados por curvaturas instantáneas,
que se escurren hasta el instante de cerrarse.

Frágiles tus líneas
como los acordes corpóreos del vehemente espíritu,
resbaladizos de un electrónico nicho
copado de singularismos.

Que no, perdido para siempre en sus propios dominios,
con los pies separados de la tierra,
abarrotado de singularismos,
y familiarizado con la guerra.