Porque el amor no se mide
es por eso que nunca supe cuánto te quise.
Yo amaba tus ojos
pero mi amor no era del tamaño de tus ojos, ni de ti.
Eso sí, era profunda
más profunda que tu garganta
casi cerca al infinito
pero este amor de cuatro manos
acabo en los puertos del olvido,
un tétrico finito.
Porque al amor colectivo
-tú y yo-
no sólo corre riesgos de ser separada por la muerte
sino también por la vida que a veces es más cuadrada
e indiferente.
Y no sé cuan puro pudo ser este amor;
cuando tú estabas al borde, desenlazando
yo empezaba recién a amar tu ausencia
a ponerle sabor de 'espera'
a ponerle luz de 'espera'
a ponerle pies de 'espera'
y tú, desenlazando.
Cuando abrí los ojos del amor
y te vieron por primera vez
tú eras una fruta desnuda
que yo empezaba a amar.
Pulpa de la naturaleza.
Tacto vivo y de fuego.
Isla de sedientos con rayos tiernos.
Ventarrón carnal.
Yo empecé a amar tu sombra
en la pared
en el piso
en mis manos
a moldear tu desierto húmedo
así te iba queriendo
hasta que un día de casualidad acaricié tu alma
y entonces
empecé amar también a tu cuerpo celeste
tu forma celeste.
Tu ausencia de pálida noche paso a ser celeste.
Quien pregunte cuánto te amé
jamás sabré responder
pero qué amé de ti:
tu voz de agua mansa
los éxodos de tu mirada a mis pupilas
la sabana de tu vientre
los pétalos de tu boca en mi cuerpo
el aroma de tu alma desnuda
y más...