Arribó la aurora
en el atardecer de mi vida,
cuando el silencio era mudo
y con ella el sosiego del universo,
la alegría de los campos
y el reverdecer del amor.
Cariño yo te agasajo,
detente y percibe
como se incendia
la llama azul de mi pasión.
Subí de prisa la cuesta,
me hice amo del sol
y volaba cual gaviota
por los mares de la ilusión.
Pero emigró la aurora,
cuando bebía de la vida
la miel más pura
del amor,
y de nuevo tembló la noche
y se quebró el cristal de mi voz,
ya no sonríen las auroras
y por mis mejillas
ruedan perlas rojas de dolor
y se escucha de nuevo
el susurro de mi silencio
y la prosa
de mi dolor.