Ya no quedan más hojas
que sople el viento,
ni alfombras amarillas,
junto al río,
en la catedral gigante
-de miles de columnas-
de mi sueño sagrado.
Llegó el invierno,
montando su caballo blanco
-sin cascabeles-
con cascos de fuego frío,
que van marcando silencios
con carcajadas de viento y ceniza.
¡Qué bello que está mi bosque,
sin la túnica del tiempo,
adornada de minutos!
El viento juega en los troncos
y entona una canción de órgano,
en la catedral gigante
de mi sueño sagrado.
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