Un beso en tu mano
de dorso frio
de piel pálida
que suba
a paso lento pero firme
por tus brazos sensuales
extremadamente bellos.
Que se detenga un instante
en la redondez de tus hombros
a observar el paisaje recorrido
a lamerlos sutilmente
con los ojos cerrados
como a un cremoso helado.
Que pase a tu médula espinal
para que lo lleve de paseo
por todo tu cuerpo
como un polisón
que viaja clandestino.
Que continúe a tu cerebro
como un impulso eléctrico
para implantarse en él
como una emoción perdida
como un viejo recuerdo
como un instinto ancestral
para quedarse
petrificado en tu memoria
y en tu gran corazón
convertirse
en lo que se llama amor.