Carlos Fernando

Amor y tiempo

 

No puedo evitarlo,

ni deseo,

soy un eterno enamorado

de tu recuerdo,

del sonido de tu voz

y de tu risa,

de tus cabellos,

de tu mirada

que se quedó muy dentro

de mi alma.

Atesorada

como un pedazo

de cielo,

como una luz

de alborada,

y el frescor

de la mañana

misma

bañada de rocío.

Podrá

envejecer

el tiempo,

envejecerán mis manos.

Y mi voz

ya no podrá cantarte

como te cantó

un día enamorado,

con la pasión

y el fuego

de la juventud

que se escapó

escurriendo

entre los dedos,

como la arena

que resecó mis dedos,

y los dejó

guardando la nada.

En la agonía

de esta canción

desesperada

y triste,

en la vibración

de las notas

de este intermezzo

que es la llave

que abre el cofre

donde te guardo,

y te contemplo

a escondidas.

Tengo aun tu piel

de durazno

tibia

aquí escondida

para que no

la dañe el tiempo.

Tengo tu risa,

y el sabor

de las mieles

de tus labios

prohibidos.

De tus labios de niña,

de tu boca

de mujer perfecta.

Mis manos aun te tocan

aunque mi pecho

no pueda sentir tu pecho

palpitante y tibio,

tu contacto.

Aunque mis brazos

de amante,

cansados no te sujeten

con la fuerza de antaño,

aunque vivamos

recordando

uno al otro,

en la soledad

de nuestro cuarto.

El tiempo no perdona.