No puedo evitarlo,
ni deseo,
soy un eterno enamorado
de tu recuerdo,
del sonido de tu voz
y de tu risa,
de tus cabellos,
de tu mirada
que se quedó muy dentro
de mi alma.
Atesorada
como un pedazo
de cielo,
como una luz
de alborada,
y el frescor
de la mañana
misma
bañada de rocío.
Podrá
envejecer
el tiempo,
envejecerán mis manos.
Y mi voz
ya no podrá cantarte
como te cantó
un día enamorado,
con la pasión
y el fuego
de la juventud
que se escapó
escurriendo
entre los dedos,
como la arena
que resecó mis dedos,
y los dejó
guardando la nada.
En la agonía
de esta canción
desesperada
y triste,
en la vibración
de las notas
de este intermezzo
que es la llave
que abre el cofre
donde te guardo,
y te contemplo
a escondidas.
Tengo aun tu piel
de durazno
tibia
aquí escondida
para que no
la dañe el tiempo.
Tengo tu risa,
y el sabor
de las mieles
de tus labios
prohibidos.
De tus labios de niña,
de tu boca
de mujer perfecta.
Mis manos aun te tocan
aunque mi pecho
no pueda sentir tu pecho
palpitante y tibio,
tu contacto.
Aunque mis brazos
de amante,
cansados no te sujeten
con la fuerza de antaño,
aunque vivamos
recordando
uno al otro,
en la soledad
de nuestro cuarto.
El tiempo no perdona.