Estoy callado, la tarde agoniza y con el murmullo de la noche a cuestas,los pájaros del olvido vienen y anidan sobre mí.Tengo la serpiente en mi cabeza. No he hablado con nadie por muchas horas y no me he movido de aquí por “temor” a la serpiente. Y la negra noche amenaza por devorarme.
Su veneno, tengo su veneno en mí. Me contagio de su quietud y de susaber esperar. Tengo sus ojos, su cuerpotambién es el mío. Espero tranquilamente en ese frio y oscuro rincón, sinesperar a que me encuentren.
Pero alguien se tambalea al otro lado, me despierto y espero.De la obscuridad nacen dos ojos de felino, ya los conocía, saben donde encontrarme.Era la hambrienta noche que vino a buscarme y esta vez vino sola sin la nostálgica luna, la perturbadora.
Salí de mi rincón a defender mi fuero y la intrusa noche me enseño sus
filudos colmillos dispuesta a tomar la iniciativa.En mi ensueño, en mi oscura morada nada me perturbaba, encontré la quietud de la soledad, del respirar lento y tranquilo y ahora temo perderlo todo.
Y no demoré, desplegué todo mi cuerpo y fui a la ofensiva. Esta vez no
capitularé.
Sentí una fuerza interior que me impulsaba hacia la victoria. Fue una
lucha sin cuartel. Poco a poco dome a mi enemigo hasta inocularle mi veneno.
Y la noche huyo mortalmente herida, defendí con tenacidad lo que es vitalmente mío, nadie
me quitará lo que tanto conquiste.
No temo a la serpiente y su veneno, tampoco a la agilidad de la noche
por apoderarse de la quietud de los callados.