Eras fuerte y hermoso mi gran aliso verde,
de vigoroso tallo y de espeso ramaje,
imponente dormías a la orilla del río;
tu beldad adornaba el místico paraje.
De tus pobladas hojas caía el rocío
por las noches serenas y madrugadas frías,
palomas y zorzales en tus ramas dormían
y me dabas tu sombra los calurosos días.
Eras el confidente de mis cuitas pueriles,
también el tobogán de mis juegos de niño;
escuchabas mis gritos, mis silbidos, mi llanto,
que hoy rezan los peñascos en ecos infinitos.
A tus pies retorcidos por no sé qué lloraba,
trepaba hasta tu copa para tocar el cielo
y ver el horizonte lejano y misterioso
y bailábamos juntos los cánticos del viento.
¿Dónde estás buen hermano? Sólo veo tus restos,
ya no rugen tus ramas ni tus hojas al viento,
ya no anida el zorzal ni el tordo bullanguero,
de ti mi aliso verde sólo queda el recuerdo.
Una cortante hacha fue el arma homicida
que golpe tras golpe derribó tu postura,
te desgarro la piel, te hizo mil retazos,
desangraron tus venas, fue profunda tu herida.
Hoy al ver los despojos del de ti mi aliso verde
la angustia me atormenta y me lastima el pecho,
mas, toda la amargura recorre mi garganta
y evócote en mis rimas todo el dolor que siento.
Sólo eres en el bosque la materia podrida,
han hecho sus guaridas hurones y zorrillos,
adornan tu cadáver graciosas telarañas
y se oyen los hachazos cual brutales latidos.
Hoy que hay desolación en la quietud del bosque
el silencio te llama y la luna te busca
con sus ojos de santa, quiere jugar contigo
y reflejar su rostro en tus limbos de plata.
El zorzal te reclama, es muy triste su canto,
la paloma te añora, quiere dormir segura,
y por tanto volar sin encontrar su nido
caerá cual saeta a una sepultura.
Eugenio Sánchez