Ella se ha ido.
Con su partida
nace la desilusión
de lo perdido.
Sí, se fue,
pero quedan los días vividos,
la dicha de haberla tenido,
la memoria teñida
de momentos inolvidables,
y la añoranza que nace
de los recuerdos.
Queda el consuelo
de haberla amado.
Se marchó,
pero no del todo.
Queda su voz
que todavía corre por ahí
diciendo que me extraña.
Quedan sus ojos,
aquí, donde los puso,
en cada espejo, en cada cuadro,
en cada pared, en cada amigo,
en el silencio de los míos
que nada quieren ver.
Se fue a la ciudad
para tirarme en el rincón
del pasado,
fusilando con sus adioses
cada una de mis alegrías.
Me dejó nostalgias
y un anillo donde escribió
la última noche,
dibujada en matices de plata.
Y ahora que la repaso,
me doy cuenta que la amo;
no en vano, por ella,
en esta tarde he llorado.