seateen

HOY NO SIENTO EL AIRE





Debo decir que duermo con la ropa
con la que salgo a hacer ejercicio diariamente a las seis de la mañana en punto,
por lo que al levantarme lo único que agrego a mi vestuario es el par de tenis
que dejo a lado de la cama y la gorra negra que deposito antes de dormir en el sillón que esta pegado a la entrada del
baño.



Así que desde mi salida del edificio corro sin
parar hasta terminar el par de vueltas que doy a la pista de dos kilómetros y
medio, no siento frio, ya que desde un
principio estoy en movimiento y me mantengo caliente.



Hoy particularmente me sentí con
mejor condición, mi respiración se mantuvo en el mismo ritmo, nada que ver con
el primer día en el que termine con nauseas y jadeando como perro al que se le
atora un hueso en la garganta.



El regreso a casa es mas pausado,
ahora simplemente camino con el cuerpo satisfecho por ponerlo a trabajar, pero
el sudor que transpiro comienza a enfriarse y apresuro un poco el paso para llegar
lo más pronto posible y darme un baño caliente.



La única avenida peligrosa por su
doble carril y doble sentido es
precisamente la que antecede a la entrada del parque, trato siempre de
atravesar con cautela mirando hacia ambos
lados una y otra vez, los autos
pasan con prisa con sus luces encendidas por lo que es fácil observarlos y también ver los topes de franjas blancas y
amarillas que sirven de protección a los
transeúntes.



El primer paso que doy es seguro
y firme, pero desgraciadamente mi pie izquierdo resbala no se de que manera y
enredo mis piernas, de una manera torpe trato de mantener el equilibrio y lo
consigo quedando en medio del fatal accidente. Un auto me pega del lado derecho
de la cadera dislocándola y causándome un dolor tan agudo en la cintura que me
recuerda en muchísimo mayor grado la ocasión en que caí de espaldas por los
últimos trece escalones al bajar del departamento 201.



Paso sobre el cofre del auto y
caigo enseguida en sentido contrario de
la calle.



Un auto más se dirige a mí
tratando de frenar, escucho el rechinido y el
olor de sus llantas quemadas que no logran a tiempo evitar pasar sobre mis
rodillas que suenan a los botes de aluminio vacío que solía aplastar de niño de
un solo brinco.



Siento nauseas, me ahogo con mi
respiración acelerada y jadeo como en mi primer día de corredor en este parque.
Hoy no siento el aire, tampoco ya las piernas, me desvanezco.