Ya es grande de edad, si,
Ya está cansada,
El tiempo ha dejado huella en ella,
Indudablemente,
Pero también ha dejado sabiduría,
Pues nadie es más sabio que quien,
Viviendo, sin sentido
Lo reconoce, y cambia,
Y ella ha cambiado, no de golpe, no,
Lo ha hecho de manera progresiva,
Pero definitiva,
Yo la veo, y recuerdo sus años de juventud,
Y la comparo,
Y la verdad, la prefiero como es ahora,
Y ya no es la mujer enérgica,
Aquella, que imponía respeto,
Ahora es tan solo la ancianita,
Que inspira ternura,
Ya no es alta como cuando era joven,
La recuerdo bien,
Grande, muy grande y respingada,
Ahora, el peso de los años,
Y de los problemas de nosotros, sus hijos,
Que ella ha hecho suyos,
La mantienen, un tanto encorvada,
Ahora ya no reparte insultos
Y maldiciones,
Por cualquier causa,
No, ahora y al contrario,
Reparte bendiciones,
Sin motivo alguno,
Ahora su carácter,
Antes duro, muy duro, como el acero,
Se ha convertido en terciopelo,
Su hablar golpeado,
Es ahora apacible,
Pues se ha convertido
En un dialogar más fino,
Más comprensivo si,
Tanto, que de vez en ves,
Ya no la reconozco,
Y su corazón,
Ayer lleno, casi rebozando de rencor,
Se fue vaciando poco a poco,
Dejando espacios vacios,
Que sus nietos,
Ya que sus hijos no pudimos,
Han ido llenando con amor,
Como me hubiese gustado que mi padre,
Hubiera compartido sus últimos días
Con la persona
En que ella se ha convertido hoy
Y la hubiera disfrutado,
Tal como lo hacemos nosotros
Y al mismo tiempo agradezco,
A mi madre, por cambiar
Para que así, mis hijos
Siempre tengan en su memoria
A la abuelita Hilda,
Tal y como es ahora.
Eric Lenin Camejo Ocaña