"La pasión que se va borra sonrisas/ y lágrimas tristes ruedan/ y en el fuego en que debían quedar cenizas,/ ya ni las cenizas quedan".
Amanece y ahora en la mente de Elvira
se cae a pedazos el velo de la mentira
que como persona, como mujer, ha sido.
En su mente sólo hay un gran reproche
por lo terrible que resultó ser una noche
que de ningún modo quedará en el olvido.
Discutió brevemente con su amante, Miguel,
pero ya le pareció tan decepcionante su papel
que decidió darse vuelta y a su casa volver.
No le importaban nada las cosas que perdió,
pero haber perdido su dignidad tanto lo lamentó
que supo que era lo único que no debió perder.
Ya en el camino a su casa Elvira reflexionaba,
la vida ahora inmisericorde se le presentaba
y poco o nada a su favor ella tenía que decir.
A su fiel esposo que al llegar le iba a tocar ver,
tenía Elvira ahora muchas disculpas que ofrecer,
demasiados perdones en su vida que pedir.
Muchas faltas, muchas culpas por confesar
a su esposo, a su madre o al pie de un altar
y admitir con lágrimas que ella es culpable.
Y a su hija... ¡su hija! ¿Cómo enfrentar eso?
Representaba para Elvira un terrible proceso
tener que confesar ese día lo inconfesable.
Miguel ya está de regreso en el apartamento,
Laura lo mira con inevitable resentimiento
pero no hace preguntas, permanece callada.
Miguel aún bajo efectos de lo que consumió,
le pregunta si acaso ella esa noche lo extrañó
pero que sea como sea la mantendrá encerrada.
Le quita el celular con violencia de las manos
y grita que sus pedidos de auxilio son vanos
porque en ese apartamento él es quien gobierna.
Muy amenazador la mira y se quita la correa
y pide a ella que lo tome en serio, que le crea
y golpea con la correa a Laura en la pierna.
Ella esquiva otros correazos y logra de ahí salir,
emprende carrera desesperada, él la va a seguir,
en un séptimo piso se desarrollan los hechos.
Mientras Elvira se siente la peor de las mujeres,
su esposo, su madre, le hablan de sus deberes
y ella ni se atreve a hablarles de sus derechos.
La está atormentando un único pensamiento,
cree que no hay espacio para el arrepentimiento
y que nadie, ni siquiera ella misma ya se respeta.
Se da vuelta de repente y con mucha decisión
entra muy apresurada y nerviosa en su habitación
y saca un arma que tenía oculta en una gaveta.
Por otro lado, baja Laura corriendo las escaleras,
algunos vecinos se asoman pero de todas maneras
ninguno atina a entender lo que allí está pasando.
Se oyen gritos, es Laura que corre desesperada
y ya no puede continuar, se siente muy cansada
y Miguel, correa en mano, la está alcanzando...
Continúa...