Desolado desierto es su ausencia;
carencia que ensombrece al hombre
cual lúgubre e inhóspita morada
—donde el frío helado se aposenta—
albergando la oscuridad de la noche;
penuria que depaupera el alma
—sin apenas fuerzas—
cual debilitado hálito
—donde encuentra cobijo la tristeza—
desalojando la alegría,
que reclama su existencia.
Más no es pretensión alguna,
Avivar su no presencia,
sino ensalzar lo que muestra:
alma y esencia en si misma;
ingrediente sustancial
de la más compleja receta;
ésa —que te permite caminar
por la vida—;
ésa que te abre la puerta
hacia la alegría,
duplicándola con su dicha;
ésa que mitiga la tristeza
—cual rayo de luz que penetra—
cuando la oscuridad nos acecha.
Aparece —entonces— vigorosa,
manifiesta su naturaleza:
respetuosa, sincera,
fiel e incondicional compañera;
escuchando los lamentos
(siempre atenta)
sin pretensión de infalible remedio
para ser elixir
—que mitiga el sufrimiento—;
dialoga abierta
sin ostentar verdad (en sus palabras),
si difiere de ti
se engrandece contigo,
caminando de tu mano
—siempre a tu lado—
con el pasar del tiempo;
compartiendo con agrado:
alegrías y tristezas,
risas y confidencias,
bailes y sonrisas,
momentos que se eternicen
y que sean la certeza
que las alas de la AMISTAD,
son la mayor riqueza.
©by Lluna Lluerna, diciembre de 2011