Poemas al Metro de la ciudad de México
¿Será sólo un tren?
Expresaría García Lorca:
Es un topo naranja, hecho de hierros, de venas eléctricas
“pero a veces tiene los pechos nublados”
sus pechos que dejaron hambrientos a los asesinatos de un día corrido.
En mil novecientos setenta, los ojos de la ciudad vieron pasar, por sus venas,
una cabaña que se movía, era una niñez de un negro,
la alegría de la ceniza y el perfil de los edificios.
Yo viajé ahí dentro
y yo era una hormiga
un puñal para el hueco subterráneo.
Fui enroscado y atrapado por el cuello de marfil
fui nocturna luciérnaga fugaz
una cabellera de caballo
y un cristal que se rompía.
También rocé serpientes grises y grasosas
con mis pies que eran ruedas domadoras del camino
y quemé mis labios en la aceituna del asiento
y todo olía a gasolina en mil novecientos setenta.
En mis novecientos setenta los cocodrilos tomaron las avenidas
y repartían su escama turbia a las muchedumbres.
Yo ví en mil novecientos ochenta y cinco
como si una fusta hubiera estado detrás,
todo el tiempo vigilando el paso del gusano, como afuera de él morían
pero ninguno murió ahí dentro
porque también, teñido es de pierna segura y de arena suave.
Río de la anatomía tomaba sus aguas de carne humana
y el prodigio de enorme cólera fue una dinamita hilvanada a millones de obreros.
Tú venías dentro del tumulto y reconocí tus ojos
tu fórmula de veneno bosque
en que me extravío.
Expresaría Sor Juana Inés de la Cruz:
Feliciano va llegando cansado
rendido del pie bien puesto en azules.
Diviso en sus ojos que ya trae luces
que activa y pasiva, ya le ha dorado.
No es tormento ni fatiga de nardo,
se enriquece diario de aquellas cruces,
balancease el que del agua no es buque.
Y a mí acerca sus pies cafés, barro.
Serena recibo su pago del día
su pundonor es víctima de cura
cuando correspondo a que él sonría
y me dice que siente como tuna
su agravio que antes no siempre accedía
y ahora es mortífera en cuerpo de bruma.
Expresaría Oliverio Girondo
Que venga a buscarme en este barullo,
su hálito cúbico de voz clórica,
el remolino onomatopeyico de luz,
Que venga por mí nervudo
a levantarme
Que me pinte, a ver si puede,
de blanco
y me deje albugíneo de rieles.
Que venga por mí, y mi niño matemático,
osado de sí.
Que venga pero que no me despierte
ni con su ruido ridículo
ni con su riel rosado.
Que venga el ferrocarril moderno
ostentando su velocidad
sin sobriedad, si es que quiere,
remolcarme en el desierto,
si es que quiere,
volverme páramo cítrico,
ácido bucólico,
un vacío glorioso.
Que venga, pues,
que ya masturbe mi brazo
y mi sonoro estómago
hambriento
que dé piscolabis
con su vianda de endriago pictórico de gelatina.
Expresaría Alejandra Pizarnik
El camino a la muerte es naranja
yo voy a reconocerlo
el día en que la soledad
habite ese último suspiro,
mis pies helados.